Nuestro post invitado de hoy viene de la mano de Dalia Sthendal, una madre soltera con un blog con un nombre muy peculiar «El estrés de la teta» en el que no solo cuenta sus experiencias como madre, si no como mujer soltera sobreviviendo en este mundo a modo casi de novela. Este es uno de sus últimos post que nos ha enviado para que la conozcáis. ¡A nosotras nos ha enganchado!
DEPRESIÓN POSTPARTO
Como ya os comenté mi hija nació en febrero, así que son muchos los detalles que se me han olvidado sobre los momentos que pasé en el hospital. Además, es como si estuvieses metida en un sueño, luego mirando hacia atrás no tengo la sensación de haber vivido lo que viví en esos momentos.
Después de dar a luz me subieron a una habitación en la que estaba otra chica que acababa de tener a su bebé unas horas antes, su familia y, por supuesto, mi madre.
-Pues si que han tardado en subirte, vamos un poco más y te traen pasado mañana.
Parece ser que ya se le habían pasado los nervios y poco a poco volvía a ser la sarcástica maniática de siempre
-¿Tu quién crees que será el padre? Me soltó así, de sopetón. -Porque no se parece mucho a tí. Mira que orejas tan grandes tiene.
Mientras Victoria estaba durmiendo plácidamente en una cunita que habían puesto al lado de mi cama sin saber que tendría que lidiar con una abuela un tanto peculiar.
-Mira mamá, ni lo sé ni me importa. Esta niña es mía, así que hazte a la idea de que me abdujeron los extraterrestres y el padre es uno de ellos.
La verdad es que el efecto de la anestesia todavía no se me había pasado y las impertinencias de mi madre hacían que soltase sapos y culebras por la boca.
De pronto miré hacia la cama de al lado y ví a un bebé precioso con sus papás. Los dos miraban al niñito embelesados y a la vez se miraban y sonreían. Parecía un anuncio de “Happydent”. Miré hacia mi cama y vi a mi madre, con su cara de amargada de siempre, como también les miraba supongo que pensando que le hubiese gustado que su hija estuviese en ese lugar, con una pareja que la cuidase.
De pronto me entraron unas ganas enormes de llorar y comencé a hacerlo. Afortunadamente entró una enfermera diciendo:. -No te preocupes Dalia, es normal que te pongas a llorar, os pasa a casi todas. Lo que habéis vivido es una experiencia muy fuerte y por algún sitio tiene que salir, así que desahógate todo lo que quieras.
-Tiene razón, me dijo la chica de la cama de al lado, yo cuando vi a mi hijo me pasé dos horas llorando, vamos que ni mi marido podía hacerme dejar de llorar.
Lo que no sabían es que por unos momentos sentí una sensación muy extraña, todavía no me sentía como una madre y añoraba una pareja con la que compartir ese momento. Quizás habría que dar tiempo al tiempo y dejar que mis hormonas, que estarían totalmente revolucionadas, fuesen tranquilizándose.
En esto una voz muy familiar sonó en la habitación:
-Hola Dalia por fin ya somos madres las dos ¡que ilusión!
Ahí estaba plantificada en la puerta de entrada, como si fuese la princesa de Inglaterra mi prima Magdalena. Ya os he hablado de ella en alguna ocasión; se sometió también a un tratamiento in vitro y tuvo otra niña antes que yo.
Se pasó los tres primeros de mi embarazo acribillándome literalmente con sus mensajes (esto de que el whatsapp sea gratis es un arma de doble filo y hay gente que no entiende que no te puedes pasar toda la vida mirando la pantalla y contestando a sus mensajes o leyendo las idioteces, guarradas, bulos y chorradas que diariamente circulan por ahí).
Sus mensajes eran “adoctrinantes” y lejos de tranquilizarme me ponían mucho más nerviosa: “qué si tienes que lavar las verduras muy bien”, “qué si cuidado con beber café”, “ciertas infusiones tienen efectos negativos”, “¿Te vas a hacer la amniocentesis, porque con tu edad?”
Un día había salido con Loli a tomar algo por ahí y como no podía ahogar mis penas en una copa de vino lo hice con unas croquetas de jamón que me supieron a gloria. Dos días después recibí la consiguiente conversación de Magdalena:
-Oye ¿qué te ha salido en la prueba de la toxopasmosis?
-Me ha dado negativa
-¿Sabes que no puedes comer jamón, embutidos y quesos entre otras muchas cosas? Una amiga de unos amigos lo cogió en el embarazo y luego tuvo problemas.
En ese momento me acordé de las malditas croquetas de jamón. Me dio un vuelco el corazón y como soy un poco hipocondriaca me puse a buscar por internet. ¡¡ERRORRR!!. Todavía me puse más nerviosa y me acordé que mi doctor me había dado el número de la consulta por si tenía alguna duda en cualquier momento.
-Buenos días, me contestaron inmediatamente.
-¿Está el doctor Martín?
-No, ahora mismo está en el paritorio. ¿De parte de quién?
-Soy una paciente suya, Dalia Sthendal, me gustaría preguntarle una cosa.
-Dime a ver si te puedo ayudar.
-Pues esto verás.., (empecé a pensar que contado así era una idiotez, pero prefería quedarme tranquila y dejar de darle vueltas al asunto de las croquetas), el otro día me comí unas croquetas de jamón y no se si puedo comerlas. Si quieres te puedo decir el bar dónde me las comí por si te ayuda en algo.
La verdad es que el nerviosismo me hizo soltar unas cuantas idioteces. La chica todavía estará riéndose de mí, ¿para qué quería saber dónde me había comido las croquetas? ¿Es que iban a mandar a alguien de CSI para analizarlas?
-No te preocupes Dalia le paso nota al doctor y él te llama o te contesta por e-mail. Confirmame tus datos por favor.
Al día siguente me llegó un mensaje del doctor a mi correo explicándome que no me preocupase puesto que casi todos los productos pasaban extensos controles de calidad y no solía pasar nada. Supongo que a lo largo de su carrera se habrá encontrado locuras más grandes.
Después del incidente de las croquetas decidí no contestar muchos de los mensajes de Magdalena y así nos fuimos distanciando de nuevo (aunque nunca habíamos estado unidas, para que mentir).
Esperaba que viniese a verme al hospital puesto que yo había ido a verla cuando su hija había nacido. Se presentó con un carrito estilo vintage muy grande y precioso y sacó a la niña que iba con un vestidito lleno de encajes y puntillitas.
Pensé que realmente nuestros mundos estaban a años luz.
-“Mira Andrea”, dijo, “esta es tu primita Victoria, vais a jugar mucho juntas” y diciendo esto se acercó a la cunita para ver al nuevo miembro de la familia.
-¡Qué mona! Exclamó mi compañera de habitación ¡qué vestido tan bonito!, ¡y que carrito tan precioso!
-Hola soy la prima de Dalia, pero qué niño tan guapo tenemos por aquí, Magdalena fue corriendo a ver al otro pequeño huésped de aquella habitación compartida. ¡Mira que monada, ¿te gusta Andrea?
Mi prima siempre ha tenido la maravillosa virtud de ser el centro de atención y hacernos a los demás sentirnos como si fuésemos boñigas de vaca en medio del campo. Miré a Victoria y pensé “hija, no te preocupes, no tendremos que sufrirlas por mucho tiempo”.
De pronto sacó una enorme cesta presidida por un enorme oso de peluche y que contenía un traje “vintage” de los que tan poco me gustan muy parecido al que llevaba su hija.
-Mira Dalia, os he traido esto, ya verás como la niña va monísima y es la sensación de tu barrio.
.Muchas gracias Magdalena, estaba tan cansada que no quería conversación.
Para mi desgracia Magdalena es de las típicas personas que se cree que un hospital es un centro de reunión social y estuvo casi una hora hablando con unos y con otros sobre su maternidad, su experiencia con el parto, sus vivencias como madres, y, por supuesto, su hija.
Afortunadamente todavía los analgésicos me estaban haciendo efecto y no me enteré de mucho. Luego mi madre me hizo un resumen pormenorizado de todo.
Antes de irse me hizo la pregunta del millón, la que parece ser que todo el mundo desea conocer como si fuese una cuestión de estado.
-Dalia, ¿le vas a dar el pecho?…
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