Hace unos días me di cuenta de que pertenezco a un colectivo de mujeres del que no era consciente y he decidido reivindicarlo. Desde pequeña la frase que siempre me ha acompañado es la de ERES UN DESASTRE. Un desastre como hija, un desastre como madre, un desastre en el trabajo (menos mal que los estudios se me dieron siempre bien, algo bueno tenía que tener…).

Así nace  EL CLUB DE LAS MUJERES SIN GLAMOUR. Mujeres normales y corrientes con un nexo en común: el desastre en sus vidas.

Parece mentira, pero, nunca había pensado que podían dar tanto juego unos calamares como la escena que viví anoche con mi amiga Mandy. Os voy a poner en situación: Mandy y yo habíamos quedado para tomar algo antes de sus ansiadas vacaciones. Hasta ahí podía ser un encuentro normal, una charla, un par de cervezas, despotricar un poco de los hombres e irnos a la cama para volver a la rutina diaria. Pero no, los astros se unieron para que esa noche tuviésemos un motivo para liberar adrenalina y dopamina con solo únicamente tres elementos: un perro, una camarera y una ración de calamares.

Llegamos a la terraza y hacía un calor de narices así que decidimos ponernos en un rincón apartado para evitar el calor humano.

Pues no habían pasado ni cinco minutos cuando por el horizonte se acercó una pareja de mediana edad con un pequeño perrito callejero que alegremente iba dando saltitos y jugando entre las piernas de la pareja.

Mandy y yo nos quedamos mirando al pequeño animal obnubiladas, era tan mono que cualquier persona se podría enamorar de él.

El caso es que, se acercaron y se colocaron en una mesa contigua a la nuestra. Vamos, que no habría mesas libres en la terraza como para ponerse a unos metros más allá de nosotras.

A mi particularmente, esas situaciones me crispan. ¿Por qué la gente tiene que pegarse cuando hay sitio de sobra un poco más allá? ¿Es que quieren enterarse de conversaciones ajenas o tienen miedo a la soledad y no quieren pasar ni un minuto despegado de la especie humana?

Mandy y yo nos miramos con cara de póker y seguimos con nuestra conversación animadamente mientras la pareja pedía una ración de calamares y dos cervezas y el perrito revoloteaba jugando con un pequeño gorrión que buscaba las migajas de pan que sobraban en el suelo.

Mientras buscábamos nuestra mejor versión tras 21 intentos por hacernos una foto en la que saliésemos medio decentes la camarera se acercaba a la mesa de la pareja con una bandeja de calamares y unas croquetas

De pronto giré la vista hacia el pequeño animal y vi una cosa horrorosa. La cara angelical del can se transformaba en una gran boca llena de dientes que se lanzaba sin piedad a la pierna de la pobre chica. Ella, presa del pánico, tiraba la bandeja al suelo y los calamares volaban a su antojo mientras que el perro no soltaba su preciado trofeo: la pierna de una pobre chica indefensa que no sabía donde meterse.

Cuando la mujer por fin consiguió despegar al perro de la camarera, salió corriendo de la terraza mientras el hombre, con un apuro increíble recogía los calamares con la mano del suelo sin saber donde meter la cabeza.

Mientras tanto la camarera volvía a la mesa y preguntaba si les traía otra ración de cefalópodos.

Si la mujer, que se había ido avergonzada de la escena con el perro, hubiese oído esas palabras se habría quedado de piedra. Menos mal que el amor es ciego y sordo porque de haberlo oído no creo que le hubiese hecho ninguna gracia.

Y en esta escena queda demostrada una de las bajezas más grandes del ser humano: la cobardía.

En unos minutos regresó la mujer sin el perro y volvió a ocupar su sitio cabizbaja y con la cara desencajada. Afortunadamente el animal no consiguió traspasar con su mandíbula el pantalón de la chica y todo quedó en un susto. Mandy y yo recordamos la escena al día siguiente muertas de risa pero seguramente a alguien esa noche se le cortó la digestión…